Intento de crónica al concierto de Nacho Vegas en el Lunario del Auditorio nacional, México, D.F. 19 de septiembre de 2009.
Para Ruszo
La noche del 19 de septiembre de 2009 había sido esperada y deseada con ferviente devoción por algunos pocos pero fieles y deslumbrados mexicanos desde hace mucho, mucho tiempo, antes de que las cerezas producidas por transnacionales mostraran a gran escala un par de canciones inexplicables. Sí, -sin imaginarnos fecha, hora o lugar- esperábamos por nuestra noche ártica particular como quien espera a Godot, esperábamos, sin estar esperanzados, ver actuar en vivo y en directo, en solitario, a aquel talentosísimo hombre que la ciudad asturiana de Gijón vio nacer el 9 de diciembre de 1974 y que se hace nombrar Nacho Vegas. Sin embargo, por fortuna y/o desdicha, en una era globalizada que no conoce límite alguno, como ésta, es casi imposible la existencia de plazos que no se cumplan y ni la distancia geográfica ni lo ilegal que tiene bajar música gratis de internet o comprar copias piratas de discos en el Chopo, entre otras, fueron un obstáculo para que tal anhelo traspasara la barrera del mero deseo y se erigiera triunfante en eso que llamamos realidad.
Para Ruszo
La noche del 19 de septiembre de 2009 había sido esperada y deseada con ferviente devoción por algunos pocos pero fieles y deslumbrados mexicanos desde hace mucho, mucho tiempo, antes de que las cerezas producidas por transnacionales mostraran a gran escala un par de canciones inexplicables. Sí, -sin imaginarnos fecha, hora o lugar- esperábamos por nuestra noche ártica particular como quien espera a Godot, esperábamos, sin estar esperanzados, ver actuar en vivo y en directo, en solitario, a aquel talentosísimo hombre que la ciudad asturiana de Gijón vio nacer el 9 de diciembre de 1974 y que se hace nombrar Nacho Vegas. Sin embargo, por fortuna y/o desdicha, en una era globalizada que no conoce límite alguno, como ésta, es casi imposible la existencia de plazos que no se cumplan y ni la distancia geográfica ni lo ilegal que tiene bajar música gratis de internet o comprar copias piratas de discos en el Chopo, entre otras, fueron un obstáculo para que tal anhelo traspasara la barrera del mero deseo y se erigiera triunfante en eso que llamamos realidad.
La noticia de tal revelación fue discreta y precipitada. Tan sólo 4 semanas antes, el 22 de agosto (21, para aquellos que cuentan con cierta tarjeta de crédito) los boletos con costo de $400 M.N. para ver a Nacho Vegas y a su artista invitada, Christina Rosenvinge, en concierto en el Lunario del Auditorio nacional el sábado 19 de septiembre a las 21:00 horas se pusieron en venta y debido a su casi inmediato agotamiento se abrió una segunda fecha programada para el domingo 23 de septiembre, en el mismo lugar y a la misma hora.
Largos y lluviosos días tuvieron que pasar para que llegara la esperada fecha, pero también soleadas y eternas horas debían transcurrir para que el reloj marcara el momento de abrir las puertas del pequeño pero importante recinto ubicado en una de las avenidas más importantes de la capital mexicana, Reforma. Desde antes del medio día, con diez o hasta más horas de anticipación, los escépticos y emocionados escucha-seguidores del pródigo asturiano nos dimos cita para conformar una fila, la cual, debido al lema de entrada general y costo único de los boletos, aseguraba un mejor lugar a los madrugadores. Oriundos no sólo del D.F sino de los cuatro puntos cardinales de la república mexicana, aguardábamos, soportando el inclemente sol, ante las miradas atónitas de algunos de los transeúntes que murmuraban: Pues, ¿Qué irá a haber? ¡Mira, son puros jóvenes! ¿Quién va a estar?, entre otras frases. Algunos impacientes, otros nerviosos, algunos fumando, unos programando música en un ipod con bocinas, otros escuchando ensimismados el mp3 de sus celulares, alguno otro tratando en vano de leer a Bukowsky, otros dos pasándose uno a otro el mismísimo Política de hechos consumados, uno más durmiendo, todos sedientos y acalorados esperábamos que el concierto comenzara o, bien, que se nublara. Alrededor de las 15:00 horas, siendo no más de 25 individuos formados, un hombre aventó al suelo su cigarro casi nuevo y dijo ¡ahí viene!, sólo los cercanos a la puerta del estacionamiento del Lunario, 7 u 8 personas, nos percatamos de lo que estaba sucediendo: Nacho había llegado, y tuvimos la oportunidad de agradecerle personalmente su visita y, hasta, de estrechar su mano; él con voz baja y de tono tímido sonreía y agradecía nuestro agradecimiento. A partir de ese momento todo transcurrió con más prisa, no sé si se debió a Nacho o a que una nube tapó al sol, no importa. Ya bien entrado el atardecer la fila se agrandaba, algunos de los nuevos integrantes de la formación llagaban altivos luciendo playeras de Bunbury y de Héroes del Silencio ¿Por qué? ¿Quién sabe? Quizá al ver a Nacho se sienten cercanos a su ídolo, aún así no se puede negar la incongruencia de llevar playeras de un artista a un concierto, mucho más cuando ni siquiera son del músico al que van a ver; tal vez se equivocaron de fecha y de lugar, qué más da, cada quien, finalmente, nos guste o no, no podemos negar que en gran parte fue gracias al de Zaragoza que Ocesa se animó a traer a Nacho a estos lares, así que gracias Enrique, en verdad. Los revendedores nunca aparecieron, tal vez porque el nombre de Nacho Vegas no les dice absolutamente nada. Oscureció, un par de chicas de la fila comenzaron a vender discos de Nacho que costaban más que el mismo boleto para su concierto y, también, un libro con fotos del tan idolatrado, venerado y más que adorado en estas tierras, Enrique Bunbury, negocios son negocios.
Y el momento por fin llegó, las puertas se abrieron y a las 9:00 pm en punto la rubia y ya veterana, Christina Rosenvinge arrancó los aplausos del público con Animales vertebrados, canción incluida, como el 90% de las piezas que tocó, en su más reciente producción discográfica que lleva como título Tu labio superior. Tras temas como Eclipse, Negro cinturón, Nadie como tú, Tu boca, Anoche y, la muy coreada, La distancia adecuada, entre otros, Rosenvinge, deslumbrante y emocionada, después de aproximadamente media hora de concierto acústico, se despidió para dar paso al plato de la noche: El Sr. Vegas.
Ya en las penumbras, a unos cuantos instantes de que Nacho saliera al escenario, la tensión y nerviosismo aumentaron, así como también creció cierto aire de incredulidad. El lugar estaba a reventar. Sin embargo, penosamente, uno que otro de los expectantes se vieron bastante intolerantes gritando reclamos y burlas a los miembros del staff que se cercioraban que los instrumentos estuvieran perfectamente afinados y listos para la tocada; haciéndose los graciosos o quizá mostrando orgullosos el humor mexicano, estos escasos pero escandalosos individuos, se dedicaron a distorsionar el nombre de Nacho, que era coreado con emoción por casi todos, con palabras como ¡macho! o peor aún ¡gacho! Lo cual -más allá de lo pícaro que puede tener- nos recordó a más de uno los rechiflidos que sufría Nacho en su visita con Bunbury para promocionar El tiempo de las cerezas, en enero de 2007, en aquel entonces donde no era tan conocido ni apreciado por muchos bunburyfilos que ahora lo idolatran.
Minutos antes de las 22:00 horas el escenario se oscureció completamente para dar paso al arribo del hombre que hasta ese entonces sólo casi conocíamos, Nacho Vegas. Enfundado en un elegante traje negro, con copa en mano con la cual seguramente brindó por lo bien que habitamos el mundo y que casi enseguida cambiaria por una guitarra, con una melena rubia y despeinada que le cubría gran parte de la cara, y acompañado de sus inseparables Xel Pereda, Manu Molina, en guitarra y batería respectivamente, y de su nuevo bajista Luis Rodríguez y nada más y nada menos que Abraham Boba en los teclados, el de Asturias abrió el concierto con una sorpresiva pero impecable y emotiva Plaza de la Soledá, misma que hizo estallar el recinto en euforia, perplejidad y, sobre todo, admiración a uno de los más grandes talentos contemporáneos del mundo hispanohablante, de los pocos que merecen el nombre de artista. A partir de ahí, cada quien eligió su camino, hubo quien se dedicó a disfrutar el concierto a través de la pantalla de su celular, quien gritaba, quien cantaba extasiado o quienes agitábamos la mano con fervor emocionados y aún escépticos. En seguida, Nacho, requirió la presencia de la Rosenvinge, quien hizo segunda voz en Va a empezar a llover y angelicales coros en Junior suite. El público cayó rendido al ritmo de vals con Gang bang y apreció la vena de poeta-músico, a la usanza Dylan, de Nacho con Detener el tiempo. Después tocó el turno a una de las piezas más enigmáticas y quizá menos esperadas por su duración y temática, Maldición, el misterio de Ezequiel. Días extraños y Crujidos fueron las dos canciones que antecedieron a quizá la pieza más representativa de Vegas, aquella que más que una canción parece un himno generacional, que describe y captura a la perfección esa actitud vítalo-desencantada de nuestros días, Nuevos planes, idénticas estrategias, esa que incluye frases legendarias y desgarradoras que todos coreamos absurdamente y a todo pulmón, como aquella que reza así: “ Ya nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl pero el cielo aún tan negro es nuestro cielo, es nuestro y tengo un ambicioso plan consiste en sobrevivir” o “Yo como buen occidental, sé nada igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad. Después fue el turno para la única canción que hace del sexo anal y del Martini poesía pura, Dry Martini, S.A. El noise se hizo presente con Ella me confundió con otra persona, tercer track del intachable Desaparezca aquí. La cruda y visceral Morir o matar dio paso a una de las canciones más esperadas de la noche, El hombre que casi conoció a Michi Panero, misma que fue coreada con su singular shalalalalá por todos los asistentes a lo que Nacho dijo de modo muy mexicano: “Muy re´que te bien niñas”. Por su parte, Secretos y mentiras y Perdimos el control pudieron haber dado paso, si es que hubiera habido espacio, a un buen slam. Después de presentar a su banda, el concierto pareció haberse dado por terminado pero el tradicional grito unánime de ¡otra, otra! hizo que Nacho saliera en solitario a cantar acústicamente la hermosa y triste Ocho y medio, ya con la banda nuevamente en escena tocó El cazador. Por segunda y última vez salió nuevamente para cerrar la noche con la legendaria y escalofriante, confesional e íntima canción del Ángel Simón. Una velada inolvidable que se esfumó rapidísimo -en la que si bien se extrañaron piezas del Verano Fatal, como la esperadísima Me he perdido, y algunas otras incluidas en sus también numerosos e intachables eps o incluso aquellas que no figuran en ninguna producción en sí, como es el caso del Fulgor- a la cual no se le puede pedir nada más que se detenga, que se suspenda en el tiempo.